Condenada risa sin espasmos alejada de toda luz que la miraba, que la contemplaba sin hablar, haciendo eco de sus maniobras alocadas, muecas burlonas y ansiosas por volver a tocar esas ramas que acariciaban conteniendo un pedazo de su mano de aluminio, de sus palabras al callar. Estrellándose al caer una hoja de celofán, un pedazo de pan, alfombras de madera, alfombras de alquitrán, ojos de luna, ojos de metal. Ahí abajo reposaba yo, contemplando todo aquello, siendo testigo de cierta inmensidad, sapo de campo, sapo de ciudad.
El secreto que descubrí dias después, abrazando las pupilas que viajaban al norte, disfrazando centenares de cabezas en ríos, lagos y lejanías apartadas de una masa de aullidos, de rocas frías y calores en neblinas.
Me gusta bailar con tu delantal de ojos azules sobre tu sonrisa despertando al mar vestido de naranjas dulces y amaneceres con sueño. Sueño que puedo tocar en caída esa canción que gritaba por la ventana el lobo gris que aprendió a danzar, con colmillos y sospechas afuera, pero la emoción y la belleza de sentirte vivo, por dentro. Sólo faltaba mi cabeza, apoyada sobre el cristal de mi ventanilla voladora, perdida alguna vez en la palma de un asteroide que pedía calma y lujuriosa se pintaba la sonrisa de negro, decorando los lunares con estrellas y algunos colmillos de pitón abandonados en filosas cuerdas del contrabajo.
Sueño que debajo de estos pies naranjas puedo sentir, puedo verte sonreír, sin esa mirada que se enroscaba gris, meciendose en un atascado alelí, pensando en invertir en cariño, pensando en salir a caminar bajo la lluvia, bajo hojas secas que cesaron el viento, que llenan de calma y arañan los ojos del sol, para verlo amanecer bajo los pies de un sueve té con lluvia.
Caigo desde la cumbre de una vela que pedía explicaciones y me derramo en calles pintadas al óleo que corren por mi ventanilla mientras las risas empañadas van pisando con el frenesí de mis velocidades campos de verdades inmensas y bellezas absueltas, despegando el cuerpo del suelo amanezco en el cielo contando las estrellas que saltaban del lago espinado sin mirar y contar las demás estrellas.
Descansan mis bostezos de ayer sobre la mesa de luz visten de cables rotos los olores del blanco aparecer de la lluvia lanzando púas de pie en tus manos de árbol seco y animales encerrados, perturbando la luz que no encendía sino risas en primavera, que amagaban entrar en nuestras condenadas vidas, cubiertas por alfombras verdes y algunos bichos que cantaban debajo del árbol.
Embotellada en mi televisor de rostros con sombras boxeadoras, busco escapar de mi ventana y me pierdo un atardecer de cordilleras, un naranja que se derrama sobre el encantado pasto de talones sucios, sacudiéndose en las piedras de ríos angostos, y quiero ver vestirte de sol.
El ventilador del tiempo despintaba sus uñas con cepillos en estrellas, colocadas suavemente en sábanas con crestas de oro, cicatrices en espátulas, volando la cabeza de aquel ventilador, ahí me encuentro yo, frente a su guitarra y su canción.
Círculos y puntos que se resbalan en las hojas que lucía en su antifaz el rey de copas un planeta colgado de aquella nube reinando con su capa celestial un puente de amargos colores, perfumes y camisones, adornando codornices de plata, la fuente que pintaba con sus propios ojos, v e r d e s metal.
